martes, 14 de febrero de 2012

Love is in the air... Or not


Entró en la librería como quien entra a robar un banco. Nerviosa, mirando a todas partes, analizando a todos los que se cruzaban con ella, asegurándose de pasar inadvertida, de no despertar las sospechas de nadie. A pesar de su nerviosismo caminaba con paso firme, segura de cuál era su objetivo y de dónde encontrarlo. Atravesó la sección de papelería, rebosante de agendas, estuches, bolígrafos de diferentes colores y cuadernos de todos los tamaños, para dirigirse a la cafetería, donde los clientes se arremolinaban en torno a pequeñas mesas redondas charlando alegremente. Vio que ninguno estaba solo, que la mayoría de quienes se cruzaban en su camino iban acompañados, y los que no tenían compañía estaban lo suficientemente ensimismados en sus cosas como para ignorarla. Bien, su plan marchaba a la perfección. Dobló la esquina para enfilar, escaleras abajo, la planta inferior. Todo iba mejor de lo esperado. A pesar de que creía que encontraría a docenas de niños correteando entre estanterías con libros infantiles y pequeños peluches, solo se cruzó con una madre acompañada por su hija. Podrían haber supuesto un riesgo si no fuera porque, justo cuando ella dirigió la vista a su objetivo, oyó como la pareja se disponía a acceder a la planta superior. Al fondo del pasillo solo había una dependienta atareada en introducir los códigos de una pila de libros en el ordenador. Caminó. Ya estaba ahí, frente a su meta, pero antes se volvió a cerciorar de que nadie la observaba. La dependienta seguía a lo suyo, ningún otro cliente en esa planta. Todo estaba saliendo a pedir de boca…


Ahí estaban, frente a sus ojos. Ese objeto de deseo que tanto le costaba admitir que quería comprar. Estaba a unos minutos de conseguirlo y nadie más iba a saber que estaba a punto de poseerlo. Pero antes, tenía que elegir, lo que no era tarea fácil. No solo podía pensar en ella misma, ese preciado objeto iba a terminar en manos ajenas, pero no por ello tenía que recurrir a una elección aleatoria. Que fuese para otra persona le obligaba a analizar más detenidamente cada detalle. Quería que fuese la elección perfecta. Tenía que tener algo que definiera a las dos personas, pero sabía que no sería fácil. Dirigió la mirada a la parte superior de la estantería, alargó la mano y cogió una. Miró fijamente lo que tenía entre manos. No parecía especial pero aun así miró dentro. Como había imaginado, no era lo que buscaba. La dejó en su sitio y cogió otra. Esta tenía mejor pinta, así que la abrió. Se detuvo unos segundos a pensar, tenía que encontrar algo que hiciera de ese objeto algo especial, pero no encontró nada. Repitió el proceso anterior. La dejó y cogió la siguiente. No le hizo falta mucho tiempo para ver que no era lo que buscaba. Y así con otras 6 más. No estaba siendo tarea fácil, pero no por eso debía abandonar. Sabía que ahí estaba lo que tanto deseaba, y no pararía hasta encontrarlo. Decidió que no perdería mucho más tiempo, si finalmente no estaba ahí podía ir a buscarlo a otro lugar, aunque eso supusiera tener que repetir todo el proceso anterior, así que echó un vistazo por encima al resto de la estantería. No parecía encontrarlo, pero de repente… ahí estaba. Apenas asomaba un poco entre todas las demás, pero tenía algo que había atraído su atención. La cogió y mientras la tenía entre sus manos sabía que algo muy grave tenía que pasar para que esa no fuese la perfecta. La abrió. Era sencilla, nada estridente, pero eso le dejaba lugar a que su imaginación volara a donde ella quisiera. Sonrió. No necesitó que pasara mucho tiempo para que los recuerdos se agolparan en su mente. Era esa. Lo sabía. Siguió sonriendo. La tenía. Un segundo de lucidez la devolvió a la realidad. Podía no estar sola, alguien podía haber visto todo el proceso de selección y la posterior sonrisa absurda que aún tenía en la cara. Miro a todos lados. Respiró aliviada. No había nadie, solo la dependienta, que seguía ensimismada tras el montón de libros metiendo códigos. Resopló. Casi había terminado, pero aún quedaba lo peor…

La sujetó firmemente entre sus manos pero con cuidado de no estropearla. Enfiló el pasillo hasta llegar a las escaleras que le llevarían de vuelta a la planta superior. Por el camino intentó decidir por qué puerta sería mejor salir. Después de lo bien que estaba saliendo todo, no podía estropearlo ahora. Vio que en la salida principal no había nadie. Esa era la suya, no había dudas. Esquivó a una madre, posiblemente primeriza, que dirigía las ruedas del cochecito de su bebé hacia el lado contrario al que apuntaban sus ojos. La caja estaba cerca, en pocos minutos lo habría conseguido… Posó el objeto sobre el mostrador, carraspeó y lanzó un saludo con una voz débil. Esperaba que quien estuviera agachado tras el mostrador hubiese oído ese leve sonido. Mientras rebuscaba la cartera en su bolso vio que su saludo había surtido efecto. De detrás del mostrador surgió una cajera que le devolvió el saludo, miró el objeto que había dejado ahí y sonrió. Mientras analizaba el código continuaba sonriendo, y eso era lo que siguió haciendo cuando, después de decirle el precio, la miró fijamente. Una mirada que, acompañada por esa sonrisa, solo daba a entender una cosa: ternura. Ese objeto y la sonrisa que le devolvió quien estaba al otro lado del mostrador le hicieron pensar, erróneamente, que estaba frente al inicio de un claro gesto de amor típico de estas fechas. Y lo era, pero no de esa forma. Sí que había romanticismo en el hecho de comprar ese objeto, pero esta vez iba acompañado de mucha ironía. Podríamos decir que estábamos ante un hecho de “romanticismo irónico”, aunque la cajera no podía saberlo. Así que, la sonrisa de quien había comprado ese objeto, en realidad lo que quería decir era “sé lo que piensas… pero no, estás muy equivocada. Ay, si tú supieras…”. Recogió el cambio que le dio la cajera, metió las monedas en la cartera y guardó el preciado objeto en el bolso. Se despidieron, obviamente, con una sonrisa, la misma que había acompañado todo el proceso del pago.

Salió a la calle. Sacó los guantes del bolso y mientras lo cerraba sintió el frío en su rostro. Ya podía sonreír tranquila. Pero no era una sonrisa como la que le acababa de devolver a la cajera. Esta vez era una sonrisa de verdad, como la que le apareció minutos antes al encontrarla en esa estantería de la planta inferior. Había cumplido su misión, y no había sido tan dolorosa como pensaba. La tenía. Por fin. Y, a pesar de la pequeña vergüenza final, todo había salido mucho mejor de lo pensado. Lo había conseguido: había comprado una postal de San Valentín.

2 comentarios:

  1. Estoy totalmente segura de que quien la recibió se quedó con la misma sonrisa de idiota. Y que luego se descojonó. Y que le encantó mucho, mucho ^^

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    1. Y yo me imagino a esa persona haciendo eso mismo que tú dices <3

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