jueves, 28 de junio de 2012

Aún queda esperanza


El otro día leí una noticia que me hizo recuperar la ilusión por vivir.



Sí, leéis bien, ¡¡¡se hace sola!!! Simplemente con pulsar un botón, te levantas y en un momento… ¡zas! está hecha. No quepo en mí de gozo. Y no, no exagero. Odio hacer la cama, lo odio con todas mis fuerzas. Sé que es un mero trámite, que se hace en un momento, que es simplemente estirar un par de sábanas, una manta y una colcha  y poner una almohada encima (podéis variar el orden de las acciones, o sustituir algunas por un nórdico), pero me da pereza extrema hacerla. Muchísima. Cuando tenía un poco más de rutina en mi vida era algo casi automático: levantarse, desayunar, hacer la cama y demás cosas antes de salir a clase. Después perdí esa rutina y la cama se quedaba siempre como una tarea pendiente. Tal vez el momento en que antes la hacía era cuando vivía en Madrid. No sé si por vergüenza a que mis compañeros de piso vieran que a las tantas tenía la cama aún sin hacer o porque mi cuarto era tan pequeño que la cama era el sitio donde terminaba poniendo las cosas que tenía que tener a mano en ese momento (véase las carpetas con los apuntes de clase, ropa para planchar, etc.), pero el caso es que me levantaba y poco después ya la tenía hecha. Pero ahora… ay, ahora. Ahora me vuelve a costar horrores. Cualquier cosa me parece mejor que hacer la cama, y con cualquier cosa me refiero a planchar cuando hay 40º, recordar el techo del viejo coche de mis padres y contar mentalmente los puntitos que tenía… Así que lo voy dejando, lo voy dejando… hasta que mi conciencia me dice que ya está bien, que ya se ha ventilado lo suficiente y que va siendo hora de hacerla. He llegado hasta un punto en el que cuando me preguntan cómo es el hombre de mis sueños no pienso en que sea moreno, ojos verdes, sonrisa perfecta… no, eso son tonterías superficiales. El hombre ideal es aquel que se encarga de hacer la cama él todos los días. Ya me encargo yo de fregar, cocinar, planchar y todo lo que haga falta, que eso no me da pereza. Pero la cama… lo dicho, pereza extrema.

Así que de repente leo que hay alguien que ha inventado una cama que se hace sola y ese hombre me devuelve las ganas de vivir. Me hace tener una meta en la vida: tener un trabajo que me permita ahorrar para comprarme esa cama, la que me evitará esos remordimientos de conciencia cada día por dejar pasar las horas y tener la cama sin hacer. Me queda esa ilusión… o encontrar a ese hombre perfecto que la haga. No sé qué será más complicado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario